Soy un acorazado. Cambie su rumbo 20 grados
Tus creencias te gobiernan pero siempre tienes la posibilidad de cambiarlas. Especialmente cuando te das cuenta que te llevan a interpretar el mundo alejándote de tus objetivos.
El siguiente relato no ocurrió, pero es un buen ejemplo del grado de terquedad que produce ciertos paradigmas y, a la vez, la capacidad de hacer cambios inmediatos gracias al pensamiento flexible:
Dos acorazados asignados a la escuadra de entrenamiento, habían estado de maniobras en el mar, con tempestad, durante varios días.
Yo servía en el buque insignia y estaba de guardia en el puente cuando caía la noche.
La visibilidad era pobre; había niebla, y el capitán permanecía sobre el puente supervisando todas las actividades.
Poco después de que oscureciera, el vigía que estaba en el extremo del puente informó: «Luz a estribor».
«¿Rumbo directo o se desvía hacia popa?», gritó el capitán.
El vigía respondió que directo. Lo que significaba que nuestro propio curso nos estaba conduciendo a una colisión con aquel buque.
El capitán llamó al encargado de emitir señales. «Envía este mensaje: Estamos a punto de colisionar; aconsejamos cambiar 20 grados su rumbo.»
Llegó otra señal de respuesta: «Aconsejamos que ustedes cambien 20 grados su rumbo».
El capitán dijo: «Contéstele: Soy capitán; cambie su rumbo 20 grados”».
«Soy marinero de 2ª clase –nos respondieron–. Mejor cambie su rumbo 20 grados».
El capitán ya estaba hecho una furia, y espetó: «Conteste: Soy un acorazado. Cambie su rumbo 20 grados».
La linterna del interlocutor envió su último mensaje: «Yo soy un faro».
Cambiamos nuestro rumbo.
Moraleja: Si sólo tomas decisiones basándote en suposiciones no son pocas las que tendrás colisiones.
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¿Quien cambio la dirección al final?
Quien solo podía cambiar el rumbo.