También puedes cuidar tu bienestar cuidando tu manera de pensar

Existe una total relación entre nuestra manera de pensar y nuestro bienestar.

Solemos culpar a lo que ocurre en el entorno por nuestro malestar emocional. Pero no es el entorno lo que genera ese malestar, sino nuestra manera de pensarlo e interpretarlo.

Es nuestra forma de pensar, derivada de nuestras creencias y paradigmas, lo que más influye en nuestras emociones y conductas, bien sea de manera positiva o negativa.

Así pues, somos responsables de lo que sentimos, gracias a lo que pensamos sobre lo que nos ocurre. En otras palabras, no es el entorno lo que nos genera ansiedad, sino la interpretación que hacemos del entorno en un momento dado.

Si seguimos culpando al entorno, sin darnos cuenta nos auto limitamos, nos saboteamos y desperdiciamos la inteligencia que poseemos.

En cambio, si aprendemos a tener pensamientos más abiertos y flexibles, podemos tener emociones y conductas que nos generen más salud, bienestar y oportunidades de progresar.

Algunos lineamientos de ese aprendizaje son los siguientes:

1. Hay que olvidar la idea de convertirnos en super positivos.

No necesitamos pasar de un extremo a otro, del ultra negativismo al super optimismo ciego. Los extremos se tocan.

Lo que necesitamos es aprender a ver que los pensamientos y las emociones son útiles cuando nos permiten resolver las preocupaciones. Pero son inútiles si no nos ayudan a hacer nada por aliviarnos.

En otras palabras, necesitamos ver el pensamiento con un sentido de utilidad y no de heroicidad.

2. Hay que escribir sobre lo que nos conviene pensar.

Para facilitar el aprendizaje de un nuevo pensamiento necesitamos desarrollar el hábito de escribir aquello que deseamos.

Desarrollar el hábito de escribir es ejercitar una conducta organizada, lo cual estimula el pensamiento con un sentido constructivo y facilita el propio aprendizaje.

3. Hay que dejar de «rumiar» el malestar emocional.

«Rumiar» es darle vueltas a las preocupaciones y eso siempre se vuelve un círculo vicioso. Igualmente es quedarse enganchado en algo negativo que nos ocurrió.

No podemos cambiar el pasado y por eso debemos aprender a dejar de rumiarlo.

Nuestro cerebro no se calma dándole vueltas a los aspectos que no controlamos, todo lo contrario. Rumiar lo que nos aqueja tiene un efecto hipnotizador, frustante y paralizante.

4. Hay que dejar de racionalizarlo todo.

Necesitamos aceptar que la incertidumbre y las adversidades son parte de la vida y no un castigo del destino.

5. Hay que aceptar lo que no depende de uno.

Repetirnos permanentemente que la vida es injusta con nosotros nos sumerge en un estado mental de «desgracia sin salida».

La vida tiene enormes dificultades y momentos fantásticos. Pero encerrarnos en el rol de víctimas, o la falta de recursos y facilidades, nos hace pensar más en lo que no funciona que en lo que va bien.

Necesitamos cambiar el pensamiento de autocompasión y dejar de meter el dedo en la llaga de lo que no depende de uno. Hay que tener conciencia de que aceptar no significa resignarse.

Desocuparnos de lo que no está a nuestro alcance nos permite ocupar nuestro pensamiento en lo que sí podemos cambiar.

6. Hay que dejar de anticiparse a lo malo que puede ocurrir.

Necesitamos aprender a dejar de profetizar errores o fracasos. Esa forma de pensar nos encierra en el camino de lo que no está a nuestro alcance y nos aleja de lo que si podemos controlar.

Pasar más tiempo anticipando las desgracias que las oportunidades, estimula la ansiedad, el estrés y las preocupaciones. También nos paraliza o nos desenfoca de nuestras metas.

¿Qué sentido tiene compadecernos por la lluvia cuando el cielo solamente está nublado? Es mejor ser proactivos, buscando un paraguas o un lugar donde esperar a que pase el aguacero.

7. Hay que aprender a reirnos de nuestros pensamientos.

Es interesante hacer el ejercicio de ver la parte cómica de los pensamientos negativos.

Es una manera práctica de cambiar de perspectiva con rapidez y menos resistencia.

Reírnos de nosotros mismos nos hace experimentar el control sobre nuestros pensamientos y emociones.

De esta manera aprendemos a fortalecer nuestra capacidad de enfrentar los obstáculos con buena actitud.

8. Hay que dejar de preocuparse por lo que no tiene valor.

No todo es realmente importante para nuestro bienestar y salud. Unas cosas tienen más valor que otras, y muchas de nuestras preocupaciones diarias son sobre asuntos superficiales.

Si cada detalle que enfrentamos en la vida es una batalla, no descansaremos nunca.

Aprender a valorar más lo que ya tenemos no es conformismo, sino una forma de ejercitar y desarrollar el pensamiento positivo.

9. Hay que evitar debates con los pensamientos negativos.

Luchar con los pensamientos negativos es una manera de enredarnos más en ellos. Y mientras más atención les damos, más presencia e importancia cobran en nuestras emociones y conductas.

Hay que aprender a dejarlos estar como si fueran una peca en la piel, a la cual no le dedicamos tiempo casi nunca. Están ahí pero nosotros los dominamos.

10. Hay que recordar que no se puede «no tener pensamientos».

No podemos evitar tener un pensamiento negativo, pero podemos decidir qué hacer con él.

Entrenar nuestra manera de pensar es fortalecer nuestra capacidad innata de decidir cómo pensar en función de cuidar activamente nuestro bienestar y favorecer el logro de nuestras metas.

Si quieres profundizar este tema, te invito a leer mi libro «Amplía tus oportunidades. Paradigmas de la motivación personal», de venta en Amazon y Bubook.

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